09 enero 2011

Elizabeth Taylor y su desnudo en Marbella. En 1959 ya estuvo en Málaga rodando "Scent of Mistery" en el centro histórico y el castillo de Gibralfaro.

Elizabeth Taylor y su desnudo en Marbella

La venus de Hollywood desembarcó en la Costa del Sol en 1986 de la mano del magnate Adnan Khashoggi



La diva y sus caprichos. El relato de las vacaciones de George Hamilton y Elizabeth Taylor en la Costa del Sol se debe a la biografía del actor, que no escatimó en detalles acerca de su relación con los gigantes de Hollywood y, sobre todo, con sus musas. Del amago de escándalo en el Marbella Club, el ex novio de la actriz refleja su perplejidad ante la reacción de Liz, que pasó de querer mover cielo y tierra para proteger su intimidad a evaluar con sorna la calidad del trabajo y las sinuosidades de su cuerpo. Pura rubendariana. Qué tendrá la princesa. L.O.

LUCAS MARTÍN .LA OPINION DE MALAGA
Era la musa de las musas. Tenía los ojos de color violeta. Había cautivado al mundo y todavía conservaba un brillo de niña londinense, aunque más por coquetería que como símbolo de inocencia. Estaba en la época en la que el triunfo se acompaña de un gusto bastante sensual por la excentricidad y la tiranía. Le bastaba subir la ceja para ver cumplidos sus caprichos. Si hubiera querido despedazar la vajilla de la reina, habría tenido la colaboración del ejército. 1986. Todo el mundo suspiraba por franquear tapias y regalarle flores a Liz Taylor, con independencia de que la recompensa consistiera únicamente en un tirón de orejas. Incluido su entonces pareja, George Hamilton.

Ambos disfrutaban de un buen momento. La actriz se preparaba para participar en la recreación de la vida de Toscanini y él habitaba el sueño permanente de vivir con una criatura con vocación de piedra. El éxito llama al éxito y esa podía haber sido la razón que precipitara la llegada de la pareja a la Costa del Sol, pero no fue así, sino una rocambolesca escala de seducción que incluyó a amigos acaudalados y el buen nombre de Marbella.

Elizabeth necesitaba reposo. Se le venían encima las exigencias de la ópera y quería olvidarse del mundo antes del primer fraseo. Visitó a su madre y anduvo con su marido recorriendo paraísos turísticos. No demasiados, pero lo suficientemente representativos de la heterogeneidad del mismo mundo. Roma, Nueva York, Puerto Vallarta. George tenía a un amigo. Adnan Khashoggi. El multimillonario. El de las armas, el del barco que inspiró la canción de Queen y la película de James Bond.



Las condiciones de la reina



Liz estuvo varias veces en esa cubierta. La carambola parece perfilada. Adnan acostumbraba a atracar en la Costa del Sol, pero hubo otro reclamo para la pareja. Regine abría una nueva discoteca. Dicho así parece cosa de adictos al techno y a la fiesta. Casi, pero no. Lo de Regine eran escenarios selectos en los que se aventuraban gente como María Callas o Marcelo Mastroianni, eternamente circundados de imitaciones neoclásicas y nenúfares sobre hielo. El sitio elegido era el Marbella Club. Elizabeth y Hamilton se comprometieron a acudir a la inauguración, aunque la estrella inglesa impuso sus propias reglas: la ausencia total de prensa.



Insinuaciones acerca de Regine



Según cuenta George en su autobiografía, las tentaciones pendían sobre el cielo de Regine. De un lado de la balanza, la amistad, del otro, la oportunidad de centuplicar el impacto del evento a golpe de las medias de la Taylor. No se sabe si fue ella la que bajó la guardia, pero sí el resultado, que pasó a velocidad de halcón del escándalo a la leyenda.



Liz y el desenlance inesperado



La pareja había tenido una entrada apacible en Marbella. Se habían citado con los Connery para jugar al golf y les quedaba por delante la cena. Confiada en la protección de su anfitriona, Liz se liberó de tapujos. Hamilton la describe paseando por la generosa terraza de la habitación sin más acompañamiento moral que un tanga y un sombrero ligeramente afrutado, pura en su heroicidad y en su belleza.

No tardó en evaporarse el sueño. Taylor conoció en una tarde lo mejor y lo peor de la legendaria Marbella. Incluida Gunilla Von Bismarck, que se le acercó antes de que sirvieran los entrantes para avisarle de que un grupo de periodistas preparaba un golpe contra su intimidad destinado a resonar en papel couché hasta en las gasolineras de Albacete.

La estrella entró en cólera. Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Si la actriz se enfadaba, Hamilton comenzaba a moverse en todas direcciones. Se pasó toda la madrugada chapurreando castellano y moviendo hilos hasta tropezar con al autor de las fotografías. Un tal Otero. La negociación se planteaba ardua. El matrimonio se entrevistó con el paparazzi. Se esperaban promesas de dólares, ataques de dignidad e histeria, pero no hubo nada de eso. La Taylor demostró por qué era la Taylor. Agarró el carrete y se localizó en la película. Le pasó la pieza a Hamilton, no sin antes observar lo bien que quedaban sus pechos hollywoodienses en el reflejo . «Odio censurar a la prensa. Soy una firme partidaria de la Primera Enmienda», dijo. Las imágenes dieron la vuelta al mundo. El efecto publicitario encumbró aún más a la reina. Liz iluminó Marbella.

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